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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Y por no querer que no sea...

Y no sé si lo que busco son las típicas y nefastas palabras de consuelo cuando estoy mal o sentir que le importo a algo o alguien cuando más sola me siento. Lo peor no es sentirse sola, lo peor es sentir que te has perdido a ti misma y yo ahora mismo me encuentro en cualquier camino al que mi cabeza no quiere volver a rescatarme.
Hoy es de esos días en el que tocar suelo no era una opción, un día en el que aterrizas forzosamente y es en el que más fácil es ver quien te ayuda a volver a despegar o al menos quien intenta darte un impulso aunque sea pequeño. De ahí normalmente viene un profundo sentimiento de decepción, una vez más, ya no hay nadie y lo peor es porque quizás no quiero que los haya. Lo más gracioso es ver como cuando tu sonrisa se apaga también se apaga la compañía de los que dicen estar a tu lado, así a veces es inevitable sentirte un tumor chiquitito que va robando la sonrisa de los que tienes a tu alrededor, aunque esta no dependa de ti.
No me importa perder la cordura temporalmente si al final del camino me encuentro con la mujer con los ojos más azules y los labios más rojos que jamás haya visto con los brazos abiertos esperando rodearme. No me importaría olvidar cada una de las miradas que han formado alguna vez parte de mí si olvidar no fuera un proceso altamente peligroso y doloroso.

No me importaría olvidarte a ti -y a tu número de teléfono- si nunca te hubiese amado tanto o si tu compañía no hubiese sido tan sumamente adictiva y placentera. Pero todo su él era tan ácido que sus brazos siempre fueron fríos, sus besos agridulces y sus palabras siempre se quedaban a mitad, nunca terminaban de salir de su laringe, siempre esperando una respuesta anticipada que nunca llegó porque yo nunca me atreví a hacer la pregunta.

Era tan fácil dar marcha atrás como decir que nos odiábamos tanto por habernos querido tan fuerte y que la distancia nunca fue un plato de buen gusto a una relación construida en una base poco estable de traición, mentiras y desconfianza. Poco estable pero tan tentadora como un intercambio de sonrisas entre él y yo.
Nos odiábamos por estar el uno hecho para el otro, por ser tan iguales y por no ser capaces de impulsar al otro.
Con él nunca viví en el suelo aunque sí tuve que estamparme unas cuantas veces.